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“Más o menos a los 15 y 16 años me fue conquistado el corazón: vamos, que me enamoró. Y las consagradas se convirtieron en un referente para mí”, prosigue Ana.
“Mi relación con Jesús fue cada vez mayor hasta sentir que me había enamorado y que en mi corazón había un deseo muy grande de ser solamente para Él, de entregarle toda mi vida, de dedicarme a Él y a que otros pudieran hacer también la experiencia que yo había tenido de encontrarme con su amor, de encontrarme con Él como persona (…)”.
Terminando el bachillerato, a los 18 años, el 1 de octubre de 1983, Ana se consagró a Dios en el Regnum Christi. Entonces se trasladó a Roma para iniciar su formación. Su primer apostolado fue como asistente del Centro de Formación de Roma, donde estuvo varios meses. Después se fue a Santiago de Chile a trabajar como Asistente para el ECYD durante dos años.
A partir de 1988, Ana trabajó en varios lugares en el área de estudios. Primero, durante unos meses, en el Colegio Alpes Bugambilias de Guadalajara y después en Centros estudiantiles y centros de formación.
Entre 2000 y 2003 trabajó como como administradora del Colegio CECVAC de Monterrey. De 2003 hasta 2008 volvió al área de estudios del Centro de formación de Monterrey. En agosto de 2008 se fue a Roma a trabajar en el equipo de la secretaría general hasta 2011.
Tras 27 años fuera de España, en septiembre de 2011 volvió a su tierra natal, donde ha vivido hasta la fecha en la comunidad de Mirasierra, y recuperando la cercanía de su familia. Los primeros años estuvo trabajando en la secretaría territorial y desde 2015 empezó a trabajar en el equipo de pastoral del Colegio Highlands El Encinar. Pocos meses después de llegar a España, le diagnosticaron un cáncer, y durante 9 años ha convivido con la enfermedad.
Fue en este periodo cuando descubrió las catequesis del Buen Pastor y el Oratorio de los niños, de los cooperadores de la verdad. El salmo 22, que siempre había tenido resonancia para ella, cobró un valor singular, y el Señor le concedió la gracia de experimentar una vocación por los niños. Junto a su interés por el arte y la belleza, compartido por otros miembros de su familia, se centró en acercar a los más pequeños la presencia de Jesús a través de un lenguaje accesible para ellos.
Falleció y el Señor vino al encuentro definitivo con ella el 24 de abril de 2021, víspera del domingo del Buen Pastor. Su comunidad la acompañó con oraciones y cantos de alegría y triunfo, como Ana se lo había pedido y habían preparado juntas.
Una comunidad que acompaña
Durante estos 9 años de enfermedad, Ana ha vivido en la comunidad de consagradas de Mirasierra, en Madrid. “La comunidad ha sido un 10 para mí”, comentaba en una entrevista. “Ha sido un aprendizaje de 9 años”, explicaba, recalcando que ella es de las mayores actualmente, y que es un área de oportunidad “aprender a acompañarnos en la enfermedad, en la ancianidad”. Además, recuerda que estos años han sido especialmente difíciles pues “han coincidido con nuestra renovación, en la que se han puesto en cuestionamiento muchas cosas”, pero que el camino ha sido un aprendizaje de todas “en el que poco a poco ha ido brotando nuestro carisma”, asegura. “Me he sentido con el paso del tiempo cada vez más acompañada, más comprendida, más ayudada, y ahora es un desbordamiento de cariño muy grande (…) cada quién desde su forma de ser”, precisa. “Creo que está siendo un periodo muy bueno para todas. Duro, pero en familia. Muy bueno, sí”, insiste.
La fecundidad de la vida que viene por el amor
“Ser consagrada no es hacer, es ser”, afirmaba Ana. Y también aseguraba tener clarísimo desde su experiencia de ECYD “que ser consagrada del Regnum Christi es dedicarme a la evangelización, a dar a conocer a Cristo, a contagiar el amor a Jesús que descubrí a mis 13 años, que me enamoró, y que otros sean felices teniendo esa experiencia del amor de Dios. Y me imagino evangelizando. Como sea, pero dando a conocer el amor de Jesús”.
Ciertamente, la enfermedad le obligó a reducir su actividad, a “no poder hacer nada” y “a simplemente muchas veces dejar que pasara el tiempo”. Experimentó en carne propia “que la fecundidad de la vida no viene por lo que hagamos, sino por el amor que pongamos en lo que hacemos”. También explicaba que lo mismo ocurre con un seglar, y que el valor agregado que aporta un consagrado es que “lo que haga de por sí ya tiene ese valor de consagración”. Al mismo tiempo, aclara que no considera “que sea un plus”: “Para nada. Cada quien responde a su vocación. Ser consagrada es simplemente es el camino que Dios ha querido para mí, y he sido plenamente feliz, no me arrepiento nada de mi vocación. (…) Siempre he amado mucho mi vocación”.
Para Ana, ser consagrada del Regnum Christi también es “ser familia del Regnum Christi”, algo que “poquito a poco en los últimos años hemos ido descubriendo más”, de la misma manera que se ha ido descubriendo que “cada uno desde su vocación al Regnum Christi tiene algo que aportar, ninguno más que otro” y que “somos vocaciones complementarias que aporta cada una en la familia lo que le toca aportar”, igual que dentro de la familia “cada uno aporta el carisma personal que Dios te pueda dar”.
El Buen Pastor, los niños, y descubrirse llamada por su nombre
La foto de perfil en WhatsApp de Ana desde hace años es ella con un corderito, “porque para mí es muy significativo encontrarme en estado de vulnerabilidad, de debilidad y de que necesito estar cargada por las manos de ese Buen Pastor que es Él”, explica.
El Salmo del Buen Pastor siempre fue para Ana muy inspirador: “Me he encontrado muchas veces orando en este salmo”, reconoce, “y a raíz de mi enfermedad se enfatizó”. Y es que, durante los 9 años de cáncer, hubo un paréntesis de 3 años en los que Ana se encontró mucho mejor, y el cáncer de hecho había remitido. “Me preguntaba qué misión realizar como consagrada”, cuenta “porque yo ya me veía muy limitada”. El Señor tenía un regalo para Ana, que se fue desvelando poco a poco, y que le permitió una nueva experiencia de su amor.
Le invitaron a participar en la Pastoral infantil en Highlands El Encinar, y al mismo tiempo conoció la catequesis del Buen Pastor a través de la hermana María Jesús, que las imparte en Valencia: “Yo nunca había pensado en la pastoral con niños, siempre había trabajado con adultos”, explica, pero reconoce que se le abrió un mundo. “Me vino un amor a los niños que no sé de dónde nacía (…) un amor que me puso Jesús en el corazón, porque yo no lo busqué”. También simultáneamente Ana conoció el Oratorio de los niños, de los cooperadores de la verdad”. Y con todo ello, elaboró un material de catequesis para los más pequeños.
Lo mejor es que Ana pensaba que ella había descubierto una misión, “y resulta que he sido yo la evangelizada por los niños al sentirme amada por ese Buen Pastor, llamada por mi nombre, y muy querida. Puedo decir que, a través de los niños, tuve una época de acrecentar mucho mi esperanza: en el Regnum Christi, en la misión, en la fe… mucho. El Buen Pastor nunca me ha soltado”, afirmaba.
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