Fotogalería | El H. Álvaro García de Alvear, nuevo novicio legionario de Cristo: “Cuando llegué al seminario, sentí que algo ardía en mi corazón”

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A sus 19 años, Álvaro ha crecido en la espiritualidad del Regnum Christi, formándose en el Highlands School Sevilla y participando activamente en el ECYD. Su familia ha sido clave en su camino, especialmente sus tíos legionarios, Carlos y Claudio García de Alvear, y Julio y Jacobo Muñoz, quienes siempre le han animado a confiar en Dios: “Mucho mérito es dar el primer ‘sí’ a Dios, y no tener miedo, y si no resulta, no pasa nada”. Ahora, afronta esta nueva etapa con ilusión y entrega, convencido de que “Jesús tiene un plan y quiere que haga cosas grandes”.
¿Hay algún momento significativo en el que sintiese la invitación a seguir a Jesús?
Al principio, cuando era niño, me lo tomaba un poco a broma. Pero un día, el P. Francisco Hernández Nuño, L.C., escogió a un grupo muy reducido de niños del ECyD para ir al seminario menor. Entre ellos estaba yo. Me sorprendió mucho, ya que solo éramos unos pocos de entre 5º y 6º de primaria. Le pregunté al Padre por qué solo a nosotros, y, en lugar de decirme algo por compromiso, fue completamente sincero: “Mira, Álvaro, os he escogido porque veo que tenéis personalidad para ser sacerdotes”. Esa sinceridad me hizo sentir importante, importante para Dios.
Cuando llegué al Seminario, a pesar de mi corta edad y de no conocer a ningún novicio, sentí que algo me llamaba, algo ardía en mi corazón. Quise quedarme en aquella capilla para siempre. Había algo allí que desconocía.
Después, el P. Ramón Loyola me guio en los días siguientes. Aunque era pequeño y me costaba tomar una decisión sensata, tenía claro algo: Dios me llamaba a ser sacerdote. Nunca había sentido algo con tanta certeza en mi vida. Quería seguir a Dios, y Él quería que yo le siguiera.
Ahora que ha recibido la sotana de Legionario, ¿cómo ve su pasado y su futuro?
En cuanto a mi pasado, no me arrepiento, porque es parte de mi historia y me ha hecho quien soy. Pero tampoco puedo decir que esté completamente orgulloso, porque he tenido muchas subidas y bajadas. Hubo momentos en los que no me importaba lo que Dios quisiera para mí. No es que me olvidara de Él o dejara de ir a misa, pero intenté escapar de la vocación.
En cuanto al futuro, lo veo con mucha ilusión y ganas de darlo todo. Sé que Jesús tiene un plan y que quiere que haga cosas grandes, como nos manda a todos. Estoy seguro de que Él ya ha preparado algo grande para mí, pero para ello debo seguir su voluntad y ponerlo en el centro de mi vida. Por eso, miro al futuro con esperanza y con el deseo de seguir adelante con su gran plan.
Usted ha vivido en varias comunidades legionarias durante gran parte de su etapa de discernimiento. ¿Cómo ha vivido esta experiencia?
Desafortunadamente, no pude ser colaborador porque no había hecho el cursillo y, por lo tanto, no estaba en la red de colaboradores. En su lugar, fui voluntario en diferentes comunidades de Legionarios.
Un tiempo lo pasé con el P. Claudio, mi tío, y me fui a vivir con su comunidad en la Basílica de Guadalupe, en Roma. Fue una experiencia única y un gran reto para mí. Sentía que Dios me ponía a prueba y que mi misión era superar ese desafío. Me adentré en un terreno desconocido: no conocía a nadie, y el idioma me era completamente ajeno.
Trabajé como voluntario en la pastoral de la Universidad Europea de Roma junto a un grupo de personas maravillosas que más tarde serían grandes amigos. Y también en el ECyD de la parroquia y en un colegio.
Después también estuve en México trabajando con jóvenes de la preparatoria y con el Regnum Christi. Allí todo fue mucho más fácil. Sentí que Dios ya no me pedía tanto esfuerzo, sino que aplicara lo que había aprendido.
¿Qué papel ha jugado su familia en su discernimiento vocacional?
Mi familia ha sido fundamental. Mi madre, aunque sabía de mi interés por entrar al seminario menor, prefirió que me quedara en casa hasta los 18 años. En su momento me negué, pero más tarde comprendí que esa era la voluntad de Dios. Si hubiera entrado antes, no habría conocido el mundo como lo conozco hoy ni habría vivido todas las experiencias que Dios quería para mí.
Mi padre siempre me ha apoyado y ha sido quien me enseñó a rezar y a amar cada día más a Jesús. En gran parte, aprendí a reconocer la voz del Señor gracias a él. Fue el primero a quien le conté mi intención de entrar en la apostólica, y desde entonces me ha compartido muchas de sus reflexiones e inquietudes de fe.
Ahora que se acerca la celebración del Día del Seminario, ¿qué le gustaría decir a otros jóvenes que estén pensando en dar este paso?
Les diría que no tengan miedo. Muchas personas creen que este camino les va a privar de muchas cosas. No solo les animo a no tener miedo, como yo lo tuve, sino a no cerrar puertas. Decirle “sí” a Dios es lo mejor que pueden hacer. Abrirle el corazón, incluso cuando parece cerrado, puede cambiarlo todo. Si sienten la llamada, no duden en darle una oportunidad. Es como una apuesta en la que, pase lo que pase, siempre se gana, porque siempre vence la voluntad de Dios. ¡Pruébalo!
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