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Escribiendo | Icono de la Crucifixión | La calavera y la contraposición entre el viejo Adán y el hombre nuevo, Cristo

Escribiendo calavera símbolo

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“Escribiendo” es una sección que, de la mano del P. Michael Canzian, L.C., y otras personas, nos adentrará en la liturgia vivida, con Jesús presente en ella, a través de los iconos. El icono que se ha escogido para la Cuaresma y que nos acompañará es el de la Crucifixión. Hemos hablado de dos de sus símbolos, el sol y la luna; ahora el P. Michael Canzian, L.C., nos desvela el sentido del cráneo de Adán al pie de la cruz de Cristo, el cual “crea una contraposición entre el hombre que sigue su propia voluntad, cuya consecuencia es la muerte para toda la humanidad, y el hombre nuevo, Jesucristo, que hace la voluntad de Dios y nos rescata a todos”.

A los pies de la cruz de Cristo, el icono de la Crucifixión representa un nuevo símbolo, un cráneo: el cráneo de Adán. Tal como explica el P. Michael Canzian, L.C., esta imagen nos lleva a la carta de San Pablo a los Romanos, donde se establece una contraposición entre el viejo Adán, por quien entró el pecado en el mundo, y el nuevo Adán, Cristo, que nos ha traído la vida. “Es cierto que podemos experimentar la fragmentación como consecuencia del pecado, pero ya no desde la desesperanza, porque el viejo Adán no tiene la última palabra sobre nosotros”, señala el P. Michael.

 

Más allá de su apariencia, que para algunos puede resultar incluso tétrica, el cráneo al pie de la cruz nos invita a una profunda reflexión. “¿Cómo está tu corazón al contemplarlo?”, pregunta el P. Michael. En medio del combate espiritual o de la incertidumbre, la respuesta se encuentra en Cristo: Él ha tomado sobre sí nuestras luchas y nos ha abierto un camino hacia la vida eterna.

 

El icono nos recuerda que el pecado y la muerte no son el destino final. “Ya no estamos bajo el reino desfigurado por el pecado, sino en un reino restaurado de una vez para siempre”, afirma el P. Michael. En este reino, aunque seguimos en camino, ya podemos experimentar la certeza de que Cristo vive en nosotros. Contemplar este símbolo desde la fe es aprender a mirar nuestra vida y nuestras batallas con los ojos de la resurrección y de la vida.

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