Galardón Alter Christus de Atención al Clero | Don Alfonso Crespo: “El planteamiento vocacional debe enclavarse en la pastoral familiar: esta no puede ser impedimento para una vocación sacerdotal”
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Nacido en Fernán-Núñez, Córdoba, don Alfonso ha dedicado su vida al servicio del clero y la pastoral social. Ha trabajado con los más vulnerables en la Ciudad de los Niños, una experiencia que lo marcó profundamente: “Me preocupa que se difumine la identidad cristiana de nuestro servicio: tocamos al pobre no para hacernos un selfie sino para hacer visible la mano de Cristo”. Además, su labor docente, sus publicaciones y sus colaboraciones con la Conferencia Episcopal reflejan su compromiso con la reforma y el fortalecimiento del clero. Una cosa le preocupa: “El cansancio de los buenos”. Se trata pensamiento de plena actualidad: “El drama de hoy sería que ‘los buenos’ se cansaran de serlo y se configuraran con la mediocridad que nos envuelve”. “Solo Dios es bueno, pero si miramos continuamente a Dios y desde esta mirada nos dirigimos a los hermanos, nunca nos cansaremos de ser buenos, de parecernos a Dios”, nos explica.
A lo largo de su vida, ha estado profundamente involucrado en la formación del clero y en la vida consagrada. ¿Qué le motivó a dedicarse específicamente a esta área dentro de su vocación sacerdotal?
Mis estudios en Roma, de Teología Moral y Teología Espiritual, terminaron con una tesis doctoral titulada “Teología y espiritualidad del presbítero diocesano en la España del postconcilio”. Pretendía definir la identidad del presbítero diocesano y la espiritualidad propia que se deriva de ella, resaltar lo común y lo específico con otras espiritualidades. El contexto histórico del postconcilio había dejado confusiones. El estudio impulsó mi deseo de servir en este campo. Mi colaboración con la Comisión episcopal del Clero de la Conferencia episcopal alentó este servicio. Estoy convencido: lo más urgente, hoy, en la Iglesia es la reforma del clero y la vida consagrada.
Lo más urgente, hoy, en la Iglesia es la reforma del clero y la vida consagrada.
Ha desempeñado varios roles clave en la Diócesis de Málaga, desde ser profesor en el seminario hasta Vicario General. ¿Qué experiencias o aprendizajes le han dejado estas responsabilidades a lo largo de los años?
La primera experiencia es de profunda comprensión a quienes ejercen cargos de responsabilidad. Cuando se juzga desde fuera cualquier decisión, no se tienen todos los datos que han impulsado a tomarla. La segunda, la importancia de oír la propia conciencia y practicar un sano discernimiento delante de Dios para actuar siempre con equilibrio y justicia, junto con misericordia. Tercera, que no es bueno eternizarse en un cargo de responsabilidad. Todo cargo es un servicio y hay que realizarlo con disponibilidad sana, sabiduría bíblica y mucho sentido común: calibrar bien cuando conviene dejarlo para dar paso a otros. Eternizarse en cualquier responsabilidad favorece la mediocridad y la desidia.
También la atención a la familia y la pastoral familiar han sido pilares de su ministerio. ¿Cómo ve usted el papel de la familia en la Iglesia y en la formación de los sacerdotes de hoy?
Nuestra pastoral es, a veces, muy dispersa. El horizonte familiar debe dirigir todas las actuaciones pastorales en los distintos niveles y etapas de la vida. Todos dependemos de una familia: el trabajo con los niños, sin el respaldo de las padres, es muy limitado; la labor juvenil, sin referencia a la preparación para la creación de una futura familia, tiene una corta mirada. Incluso, y esto es importante no olvidarlo, el planteamiento vocacional debe enclavarse en la pastoral familiar: la familia no puede ser impedimento para una vocación sacerdotal o religiosa. Por otra parte, el sacerdote debe revestirse de una “calidad familiar” en su trato.
Tomar conciencia de la propia identidad, como cristiano, como sacerdote, empuja a una vida coherente. La incoherencia es la piedra de escándalo de los creyentes.
Su servicio en la “Ciudad de los Niños” demuestra su compromiso con los más vulnerables. ¿Cómo ha influido esta experiencia en su vida personal y espiritual como sacerdote?
Mi primer destino fue una parroquia marginal de Málaga, La Palma-Palmilla. Pasar del mundo universitario a una realidad social marginal provoca pasar del campo de las ideas, en el que es fácil refugiarse, a la acción directa. El Evangelio invita siempre a convertir en servicio a los demás la experiencia del encuentro con Cristo. Mi propensión a la vida intelectual ha encontrado siempre un equilibrio en el campo pastoral de estos sectores marginales. Me ha enriquecido mucho y me ha hecho valorar el gran servicio que la Iglesia presta en estos sectores menos favorecidos. Pero me preocupa que se difumine la identidad cristiana de nuestro servicio: tocamos al pobre no para hacernos un selfie sino para hacer visible la mano de Cristo.
Usted ha publicado varios libros sobre espiritualidad y pastoral, ¿cuál es el mensaje más importante que busca transmitir a través de su obra escrita?
Por indicaciones del obispo que me envió a estudiar a Roma, tuve que hacer la licencia en dos especialidades: Teología Moral (en la Universidad Gregoriana) y Teología Espiritual (en el Pontificio Instituto Teresianum). Estos estudios impulsaron siempre en mí el deseo de trasmitir la unidad profunda que hay entre espiritualidad y vida moral. Podíamos resumirlo en el indicativo-imperativo paulino: «sé lo que eres, actúa como lo que eres». Tomar conciencia de la propia identidad, como cristiano, como sacerdote, empuja a una vida coherente. La incoherencia entre lo que somos y lo que hacemos es la piedra de escándalo de los creyentes.
Sin encuentro con Cristo, la pastoral se puede convertir en terapia ocupacional.
¿Nos puede recomendar algún texto bíblico, o una cita del Papa, o una canción… que nos hable de la importancia de la atención al clero?
Un texto bíblico: el capítulo 8 de la Carta a los Romanos. Recurro a él con frecuencia. Y creo que puede orientar, como ha señalado el papa Francisco, este Año Jubilar que vamos a abrir.
Hay dos citas que me han acompañado últimamente. La primera, me parece capital en el momento actual, es de Benedicto XVI, en Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva». Sin encuentro con Cristo, la pastoral se puede convertir en terapia ocupacional.
La segunda: «Me preocupa el cansancio de los buenos». Parece ser que es una cita de Pio XII. Hasta mí, llegó a través de uno de mis maestros: el P. Jesús Castellano, OCD., director de mi tesis. Creo que es un pensamiento de plena actualidad. El drama de hoy sería que “los buenos” se cansaran de serlo y se configuraran con la mediocridad que nos envuelve. “Solo Dios es bueno”, pero si miramos continuamente a Dios y desde esta mirada nos dirigimos a los hermanos, nunca nos cansaremos de ser buenos, de parecernos a Dios. El mundo necesita bondad: parecerse a Dios y actuar con misericordia en su nombre. San Manuel González, que ha configurado el clero de Málaga, dejó una oración para que los sacerdotes, mirando el ejercicio de su ministerio, le pidieran a la Virgen algo tan simple y complejo a la vez: “Madre mía, que no nos cansemos…”.
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