Regnum Christi España

Domingo, el octavo día

El domingo es el centro de la vida de la Iglesia. Es el primer día de la semana, memorial del primer día de la creación, y también el octavo día, en el que Cristo, por su Resurrección, culmina y realiza plenamente el sábado. El tiempo cronológico, en el que muere todo lo que nace, es atravesado por el tiempo transfigurado, que participa de lo eterno.

 

El domingo marca el inicio de un tiempo y un espacio nuevos: la vida en el Reino. El domingo ensayamos especialmente el modo de vivir santa-mente cada día del año. Es día de celebración y descanso; día familiar, cultural y social; día litúrgico y de oración por excelencia. La Iglesia prescribe la participación obligatoria de los fieles en la liturgia dominical, aunque anima también vivamente a la participación en la Eucaristía con mayor frecuencia, incluso diaria, como medio privilegiado para que Cristo sea todo en todos.

 

 
 
La Eucaristía

La Eucaristía es el sacramento de sacramentos, fuente y culmen de toda la vida cristiana. En ella se reúne todo el bien espiritual de la Iglesia: de un lado, Cristo mismo se introduce en la tierra y por su encarnación, muerte y resurrección el mundo es santificado; del otro, nuestro culto, oración y ofrendas, en el Espíritu Santo, nos elevan al cielo y alcanzan a Cristo y al Padre. Nuestro pensar y sentir, nuestras palabras y acciones, son inspirados, confirmados y fortalecidos por la Eucaristía.

 

La Eucaristía es memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia. El único sacrificio de Cristo se actualiza y se hace eficazmente presente en cada Eucaristía; a Él se une el sacrificio de los fieles, adquiriendo así un valor nuevo, de intercesión por toda la creación. La Eucaristía renueva, por la acción de Cristo y la respuesta de la Iglesia, el centro de la historia de la salvación. La Eucaristía recibe diversos nombres, que subrayan distintos aspectos de su riqueza inagotable.

 

Merece la pena meditar en el significado de cada uno de ellos. Algunos son: eucaristía, por ser acción de gracias y de alabanza; banquete del Señor, por ser la última cena de Cristo con sus discípulos y anticipo del banquete de las bodas del Cordero en la Jerusalén celestial; memorial de la pasión y resurrección del Señor; santa y divina liturgia, por ser el centro y la más densa expresión de la vida santa; comunión, por obrar la unión entre Cristo y su Iglesia; santa misa, porque la celebración del misterio de la Salvación culmina con el envío o misión de los fieles a cumplir la voluntad de Dios en la vida ordinaria.

 
 
Preparación para la Eucaristía

La Eucaristía es la gran celebración. Como toda festividad, comienza con la ilusión de los preparativos, contiene sus propios ritos y perdura en nosotros una vez celebrada. Antes de acudir a la Eucaristía conviene preparar la mente y el corazón. Quizá conviene acudir al sacramento de Reconciliación, así como hacer las paces con nuestros hermanos, para que nada en el corazón pese cuando Cristo salga a nuestro encuentro. Po-demos también preguntarnos por qué o por quién ofrecemos la misa y qué vamos a poner, espiritualmente, en el ofertorio, junto al pan y al vino, para que Cristo lo llene con su vida y lo haga santo. ¿Qué queremos pedirle al Señor? ¿Qué queremos dar al Señor para que Él lo santifique e incorpore a su Reino?

 
 
Celebración de la Eucaristía

Los ritos iniciales forman parte de la preparación: transfiguran el espacio, el tiempo y el corazón y reúnen en asamblea a los fieles y a Cristo, cabeza invisible de la Iglesia. La entrada; el saludo al altar y al pueblo por parte del sacerdote; la señal de la cruz, por la que renovamos el bautismo y nuestra participación en la familia eterna (Padre, Hijo y Espíritu Santo); el acto penitencial y el canto de misericordia, por los que nos reconocemos juzgados y salvados; el Gloria, en el que el cielo se abre y escuchamos a los ángeles anunciando la Encarnación; y la oración colecta, que pone el foco en el sentido de la celebración.

 

La liturgia de la Palabra manifiesta al Señor, que viene a nuestro encuentro. Es el movimiento de amor por el que el Padre nos da su Palabra para despertar nuestra fe, y espera de nosotros que la acojamos y hagamos vida. La lectura de la Palabra hace de nosotros la novia del Cordero: al escuchar y acoger al Verbo, llegamos a ser su cuerpo. Él nos llama, ¿responderemos?

 

Durante la presentación de las ofrendas (el ofertorio), el sacerdote, en nombre de Cristo, ofrecerá al Padre el pan y el vino, para que Cristo los transforme en su cuerpo y su sangre. Con el sacerdote, junto al pan y el vino, ponemos nuestra oración, sufrimientos y obras, para que Cristo los incorpore al Reino. Sólo Él puede llevar a plenitud todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios.

 

La liturgia eucarística es el corazón y la cumbre de la celebración: el pan y el vino se convertirán en Cuerpo y Sangre de Jesucristo. Al participar en la comunión, recibimos a Cristo mismo, quien se entregó para la vida del mundo. El rito de la comunión culmina en el gran silencio.

 

La misa finaliza con un envío, una misión: llevar la vida nueva transfigurada por Cristo a la vida personal, familiar, social, laboral, cultural. «¡Podéis ir en paz!» «¡Glorifiquemos al Señor con nuestra vida!» «¡Que la alegría del Señor sea nuestra fuerza!»

 
 
Oraciones en torno a la Eucaristía

La liturgia eucarística está cuajada de acciones, palabras, oraciones y cantos que, en su conjunto, expresan una riqueza inagotable para nuestro trato íntimo con Cristo, con el Padre y con el Espíritu Santo. Los silencios son también signo: de expectativa, penitencia, escucha, alabanza, gloria, adoración, agradecimiento. El silencio nos ayuda a ser interpelados por lo ya acontecido y a prepararnos para lo que está por venir. La tradición habla especialmente del gran silencio o el sagrado silencio después de la comunión, en el que la Iglesia recomienda que no haya canto, para que sean la Palabra, la Liturgia y las mociones que hemos recibido las que hagan eco en nuestro interior.

 

Contamos con oraciones que nos ayudan a prepararnos antes de la Eucaristía; otras, para intensificar nuestro sentimiento eucarístico; y otras, para rezar durante algunos momentos de la celebración. Teniendo en cuenta la riqueza del sacramento y las recomendaciones de la Iglesia, por un lado, y la etapa y el estado de nuestra vida espiritual, por otro, podemos discernir, ayudados por nuestro director espiritual, la conveniencia de servirnos puntualmente de algunas de estas oraciones.

 

Muchos fieles permanecen en el templo una vez finalizada la misa para tener un breve momento de oración personal, espontánea o vocal. Es tradición mantenida en algunas comunidades del Regnum Christi rezar por el papa y por las vocaciones una vez finalizada la Eucaristía.

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