- Jesús vino a rescatarme. Era su esposa y no quería perderme
- Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación
- He podido expresar a la gente que quería lo que Jesús había hecho conmigo
- A pesar de mi incapacidad por hacer aquello a lo que me he comprometido, Jesús necesita mi nada para manifestarse
Comenzó «sumida en una profunda crisis existencial», gracias a la que «Jesús me vino a rescatar del vacío que estaba viviendo» y con la que le ha permitido entrar “en el misterio de su Amor”.
Entre otros momentos, el pasado 24 de agosto, celebró una acción de gracias por estos años entregando su vida a Dios y al Regnum Christi junto con las demás consagradas y su entorno más cercano. Y nos cuenta que, a pesar de la pequeñez y la pobreza de cada uno, Dios lo hace todo: «A pesar de mi incapacidad por hacer aquello a lo que me he comprometido, Jesús necesita mi nada para manifestarse».
Un año especial para mí
Soy consciente de que acaba un año duro para mucha gente. La pandemia que ha golpeado a la humanidad no me resulta indiferente. Sin embargo, no puedo negar que este año ha sido especial y significativo para mí.
Empezó muy gris. Sumida en una profunda crisis existencial, comencé mi año teniendo que discernir qué quería Dios para mí. Se me propuso un cambio de destino que me ponía en la disyuntiva de seguir hacia adelante como si no pasara nada o hacer un alto en mi vida para dar fin a esa profunda crisis que sacudía mi alma. En oración y gracias al acompañamiento que tuve, me aventuré a ir a fondo en aquello que teñía de oscuridad mi vida. Pasaron los meses y llegó el confinamiento que puso más de manifiesto la ayuda que necesitaba. Seguía realizando mi trabajo enfrascada en el “hacer”. Pero llegó un momento en que ni el “hacer” me satisfacía. Empezó a perder sentido muchas cosas de las que hacía…
25 años de consagración: ¿Qué voy a celebrar?
¿Por qué estaba en esta situación? ¿No debía estar contenta? Era mi año jubilar, el tan esperado para celebrar mis 25 años de consagración. Y de repente todo perdía sentido: “¿Estos años para qué? ¿Qué voy a celebrar? ¿Qué voy a compartir con la gente que quiero?”. Al no encontrar respuesta a estas preguntas, entré en mis ejercicios espirituales en el verano decidida a no celebrar nada.
Estos ejercicios empezaron reforzando mi crisis: ¿Qué cosas me motivaban? ¿Qué deseos encontraba en mi corazón? Vacío… no encontraba respuesta. A lo largo de esos días de oración, fui descubriendo cómo había llenado mi vida de voluntarismo, de esfuerzo personal, de buscar ser la consagrada «perfecta”. Perfecta ¿a los ojos de quién? ¿Del mundo? ¡Qué vacío me provocaba descubrir esto! ¿Y si este vacío era signo de que había errado el camino? ¿Y si Dios no me hablaba porque me había aferrado a la vida consagrada sin tener vocación? Nunca antes me había atrevido a platearme de manera tan directa si tenía o no vocación. Tenía que hacerlo, no podía seguir así.
Y fue entonces cuando mi Jesús vino a rescatarme. Era su esposa y no quería perderme. Llevaba meses intentando haciéndome caer en la cuenta que ese pecado que yo veía como una traba para ser esa consagrada que yo quería ser, no era sino el camino para alcanzar la libertad en el amor. Era en el reconocimiento de mi propio pecado, el entregárselo a Él, lo que me llevaría a descubrir su Amor misericordioso. Y así fue… en esos ejercicios mi Jesús me permitió entrar en el misterio de su Amor y adentrarme en esa intimidad que viene del reconocimiento de su presencia permanente en mi vida. Descubrí, en resumen, que tengo marido… “Me llevó al desierto de mi propia vida, me habló al corazón y se quedó conmigo”.
Descubriendo la presencia de Dios
Salí de estos ejercicios con el gozo de querer compartir con la gente lo que Jesús había hecho en mi vida. Todo volvió a tener color, alegría, me sentía identificada con mi vocación de consagrada en el Regnum Christi y con mi deseo de ser suya. Así que lo celebramos “a lo grande”, bueno, lo que el covid nos permitió. Y pude expresar a la gente que quería lo que Jesús había hecho conmigo. A mi familia de sangre y espiritual, a mis amigos… regalo tras regalo. Con una descarada presencia del Señor en cada momento, con gestos inconfundibles que me permitían descubrir su presencia cada día.
Ha pasado medio año y aunque aún la tentación del “hacer” me persigue, de construir “la consagrada” que yo proyecto… descubro cada vez con más alegría que a pesar de mi pobreza, de mi incapacidad por hacer aquello a lo que me he comprometido, Jesús sigue saliendo a mi encuentro, a recordarme que es Él y no yo el que hace TODO y que necesita mi NADA para manifestarse.
Así que, a pesar de la situación mundial que estamos viviendo, nada temo porque el Señor está conmigo. Como dice el Papa Francisco en su carta Patris Corde: “la ‘buena noticia’ del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia».
Esta es mi experiencia… Por eso termino el 2020 celebrando mi “año jubilar” que en mis 25 años no ha precedido a la fiesta, sino que este júbilo está llegando después.
¡Deo gratias!
María Cereceda