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Misiones de Semana Santa | Cristina Casado: “Entregar la vida es el mayor don y el mayor ‘superpoder’ de una familia misionera”

Cristina, su marido Chino, y sus hijos en Burgohondo

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La misión transforma a cada miembro de la familia y saca lo mejor de cada uno. Cristina Casado y su marido, responsables de la unidad misionera de Highlands School Los Fresnos, han participado en Familia Misionera con sus hijos durante muchos años. “La entrega, el no guardar la vida, sino entregarla -las vacaciones, el tiempo, el compartir-, es el mayor don y el mayor súper poder”, afirma.

Desde que sus hijos eran pequeños, Cristina y su familia han participado en Familia Misionera cada Semana Santa. Toda una vida llena de anécdotas, y en donde hemos querido saber qué “súper poderes” se requieren para ir de misiones todos juntos. Para ella es “la entrega”, pero también nos cuenta la belleza de asistir a las residencias de ancianos en Semana Santa: “Visitar a los mayores y acompañarles con los niños es una experiencia preciosa. Ver la alegría que puede provocar es lo más bonito que he vivido y lo que más impacto he visto en el corazón de los demás”. Para ella “los niños son un regalo, no un desafío”.

 

Cristina, su marido Chino, y sus hijos en Asturias, en una de sus primeras misiones con Familia Misionera
Cristina, su marido ‘Chino’, y sus hijos en Asturias, en una de sus primeras misiones con Familia Misionera.

 

¿Qué “superpoderes” has descubierto en tu familia durante la misión? ¿Qué habilidades o virtudes han salido a la luz en cada miembro?

Más que “súper poderes”, yo más bien diría que son dones que salen a la luz en la misión. Son muchos, porque necesariamente debes ponerlos al servicio de los demás. Pero si tuviera que destacar uno, sería la entrega. Es decir, vivir en esa clave de la que habla el Señor: no guardar la vida, sino entregarla. Entregar las vacaciones, el tiempo de reunión, el compartir, el estar presente… no guardarte para ti mismo. Para mí, ese es el mayor don y el mayor “súper poder”. No sé si es algo que das, sino más bien algo que recibes del Señor, y por eso luego puedes ofrecerlo a los demás.

 

Un via crucis por las calles de uno de los pueblos misionados
Un via crucis por las calles de uno de los pueblos misionados.

 

Los niños suelen sorprender con su espontaneidad y entrega, ¿cómo han vivido ellos la misión? ¿Algún momento en el que sus palabras o acciones hayan tocado el corazón de alguien?

Es verdad que llevamos muchos años yendo de misiones, por lo que hemos vivido distintas etapas vitales de nuestros hijos, desde que el mayor tenía tres años en nuestra primera misión hasta los 15 que tenía el año pasado. La forma de vivir la misión cambia mucho según la edad con la que vas. Pero, si pienso en algo concreto, te diría que lo más bonito que he vivido ha sido asistir a las residencias de ancianos en Semana Santa y Pascua. Visitarles y acompañarles con los niños es una experiencia preciosa. Ver la alegría que puede provocar en una persona mayor la visita de un niño en una residencia es algo muy especial, y mucho más cuando va acompañado de canciones, de un rato de oración o de rezar el rosario juntos. Creo que eso es lo más bonito que he vivido y lo que más impacto he visto en el corazón de los demás.

 

También hay otras cosas muy significativas, como verles participar en las celebraciones, ayudando en lo que sea: sirviendo en el altar, cantando, leyendo… Es algo que toca mucho el corazón de las personas, especialmente de los más mayores de los pueblos.

 

Los niños son protagonistas también en la misión
Los niños son protagonistas también en la misión.

 

En misión todo es un reto: clima, cansancio, horarios… ¿Cuál ha sido la mayor prueba y cómo la superasteis? ¿Qué don o “superpoder” os ayudó a salir adelante en ese momento difícil?

Efectivamente, el cansancio es un gran reto, sobre todo cuando vas con niños pequeños. Pero, como suelo decir, una de las cosas más bonitas de las misiones es que, aunque vayamos con 20, 30 o 40 niños, los niños son de todos. Esa dificultad de atenderles cuando estás cansado se aligera porque, donde uno no llega, llega otro. En ese sentido, los niños son un regalo, no solo un desafío.

 

Una dificultad que estamos encontrando este año, aunque es una bendición, es que, gracias a Dios, hemos crecido tanto que muchas familias que llevábamos años misionando juntas hemos tenido que separarnos para poder multiplicarnos en otros lugares. Al final, el verdadero reto es el desapego: desprendernos de lo que nos apetece o de aquello que nos hace sentir cómodos. Pero sabemos que el Señor lo premia y que esas pequeñas renuncias permitirán que Él haga aún más y dé un fruto mayor.

 

Un grupo de padres de familia cantando en el coro de una de las celebraciones durante la Semana Santa
Un grupo de padres de familia cantando en el coro de una de las celebraciones durante la Semana Santa.

 

Después de vivir la misión, ¿qué dones de tu familia quieres seguir cultivando en el día a día? ¿Cómo se puede llevar ese espíritu misionero a casa, al colegio, al trabajo…?

Bueno, hay que seguir trabajando en la línea de la primera pregunta: no olvidar que la vida está para entregarla y ser conscientes de que hay muchos que no tienen el don de la fe. Eso es una responsabilidad para nosotros, y no podemos ignorar la necesidad de evangelizar, no solo en Semana Santa, sino también en nuestro día a día: en el colegio, en el trabajo, en nuestros ambientes.

 

Es fundamental que ese ardor continúe y que en casa siempre haya un espacio para rezar por quienes no creen, para buscar a aquel que necesita la fe. Para mí, eso es lo más importante y algo que no podemos dejar nunca fuera de nuestra oración.

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