A continuación te ofrecemos su respuesta.
- Rezar.
Largos y prolongados ratos de oración. Silencio y soledad con Dios Nuestro Señor. Él que es el Padre de la vida y de la salud. Este tiempo de desierto es para unirnos más a Dios. Es un grito de Él que nos dice que la centralidad de nuestra vida debe ser Él siempre. - Stop a las actividades ordinarias.
Es relativizar todas las cosas. Impere el ser frente al hacer y el tener. Necesitamos pararnos y decirnos: ¿hacia dónde voy? ¿qué me mueve? ¿cuáles son mis intenciones? - Ese cierto miedo.
La muerte, la incertidumbre, el sufrimiento… Es normal que la naturaleza humana se resista a la muerte, al sufrimiento, a la incertidumbre… Aquí descubrimos lo apegados que estamos a la vida, a las cosas, a las personas… Es una llamada a confiar en Dios, a abandonarnos a Él, a vivir el presente con paz y a la vez con toda creatividad… El futuro está en sus Manos. El sufrimiento es cruz, y la cruz, bien vivida, nos lleva al Cielo. - Pensar en los demás.
Pedir por los que han muerto, por los enfermos, por los más vulnerables, por los médicos, enfermeros, investigadores… Por las autoridades civiles, eclesiales, médicas… Por todas las familias… Oración de intercesión, y donación a los demás. - Este momento nos une más fraternalmente a todos.
Entre nosotras, consagradas, entre nuestras familias, amigos, conocidos… Los lazos se estrechan más. Y utilizamos la tecnología para comunicarnos mejor. - ¡Qué mayor Pascua que esta, la que estamos pasando…!
Que Cristo reine en nuestros corazones, y le amemos en la más profunda unión, intimidad y soledad.
