- El Regnum es una familia que abraza y acoge a cada de sus miembros
- Ha sido un camino maravilloso, por supuesto con sus baches, pérdidas de norte y cuestas arriba
- La fe es la respuesta de pelear esa santidad a la que todos estamos llamados
Claudia estudia en la Universidad Francisco de Vitoria y nos comparte su experiencia.
“Cristo siempre nos invita a pertenecer a la familia de la Iglesia”
Mi incorporación al Regnum Christi ha sido sin duda un regalo, un don que he recibido y para el que no he tenido que hacer ningún mérito, simplemente ha sido como el abrazo que un Padre da a su hijo, confirmándose su amor infinito e incondicional. Y es que eso es precisamente el Regnum Christi, una familia que abraza y acoge a cada de sus miembros.
El 21 de noviembre decidí decir que sí a esa llamada que sentía que Cristo me hacía, aunque, verdaderamente, ya llevaba tiempo formando parte de la familia del Reino. Y ha sido, sin duda, un camino maravilloso, por supuesto con sus baches, pérdidas de norte y cuestas arriba, pero siempre maravilloso.
En el Regnum Christi he comprendido que vivir la fe en comunidad es un absoluto regalo y que Cristo siempre nos invita a pertenecer a la familia de la Iglesia, sea donde sea; el hombre no fue creado para estar solo.
Ahora, en retrospección a mi vida como amiga de Jesús, soy capaz de reconocer ese paso de “fe de niña” que me llevaba a ir a la capilla del colegio a cantar canciones en los recreos, a la fe como una respuesta consciente a un amor infinito, como agradecimiento a una salvación como la que siempre he encontrado en Dios y como promesa de un amor imperfecto, pero deseoso de pelear esa santidad a la que todos estamos llamados.
En el Regnum Christi he comprendido que vivir la fe en comunidad es un absoluto regalo y que Cristo siempre nos invita a pertenecer a la familia de la Iglesia, sea donde sea; el hombre no fue creado para estar solo. Y precisamente por eso, el día de mi incorporación fue muy emocionante ver la iglesia llena de “familia” que sonreía y rezaba por nosotras. Recuerdo cerrar los ojos antes de comulgar y pedir con todo mi corazón a Jesús poder seguir enamorándome de Él cada día, entregarle mi vida, abandonarme en sus manos y ser siempre su fiel amiga. Y al final de la ceremonia, cuando el Padre Nicolás, dijo “en la alegría del Señor, podéis ir en paz”, verdaderamente sentirme alegre y en paz.
Claudia González