El ECYD es el carisma del Regnum Christi vivido por los adolescentes, y cuando se vive, se irradia a los padres de familia y a quienes les rodean. A Pilar, el hecho de que su hijo pertenezca a esta «tripulación», le ha cambiado la vida. Sigue leyendo para descubrir las bonitas palabras que se compartieron esa noche.
Pilar
«Un día tu hijo llega a casa y te dice: «Mamá quiero apuntarme al club Faro». Como cualquier madre, comienzas a preguntarte qué es eso, en qué consiste, qué días se lleva a cabo, qué coste tiene… En cuanto obtienes las respuestas no dudas, es más… sólo al obtener la primera de ellas ya has tomado tu decisión: un «sí». Y es que, cuando escuchas a tu corazón y sientes que aquello que tu hijo te está pidiendo viene de Dios, tu respuesta no puede ser otra.
Tu hijo sale de la jornada de colegio y comienza una nueva aventura. Se convierte en un «marinero» y junto al resto de la tripulación (sus compañeros) siguen a su «capitán» (el Padre), que les llevará en su «buque» (furgoneta, alias Faroneta) a puerto. Ya de lejos, avistan ese Faro, iluminando como siempre, que invita al asombro. Le están esperando amarres en mano, corazón y brazos abiertos: el «oficial», el primero de abordo, que junto al segundo y tercero de abordo, más los subalternos, cuando la actividad así lo exige, se van a convertir en sus compañeros de batallas, en sus aliados.
Son las 20:00 horas y la jornada ha terminado. Tu hijo te cuenta entusiasmado cómo ha ido la batalla, las aventuras vividas, algunas buenas y otras menos buenas, pero al fin y al cabo, aventuras de un grupo de marineros que acompañados por grandes personas llevan a cabo una labor extraordinaria.
Un día decides ir antes de la hora de salida, no sabes muy bien por qué (ahora sé, que mi hijo me estaba transmitiendo algo que era bueno para mí).
Te acercas, observas y decides que debes acompañarles en su aventura.
Te dices a ti misma: «Aquí hay mucho trabajo, mucha gente, mucho que hacer: me necesitan».
Es lo que tú a priori piensas, pero no es así. Resulta ser que te acercas para ayudar y te ayudan ellos a ti. Te involucras para que aprendan mientras sonríen y la que aprendes a sonreír, eres tú. Juegan al fútbol y acabas de portera, tiran a canasta y terminas pidiéndole el balón a otro padre, que ha decidido como tú, pasarse por el club un poco antes. Te encuentras de repente en que sabes jugar al futbolín o al ping-pong. Les escuchas rezar y terminas, poco antes de finalizar la jornada, arrodillándote tú, rosario en mano, dando gracias a Nuestra Madre por cada minuto vivido al lado de esta tripulación. Te has convertido sin apenas darte cuenta en un miembro más de ella.
Tras la llamada del capitán de ese buque, cuyo lema es «¡Todo por Él y para Él!», mamás y papás somos capaces de construir, pintar, decorar, reparar, cocinar, jugar, divertir y gestionar lo que se preste, porque está hecho con amor. Tu hijo ha hecho grandes amigos, y tú has descubierto a personas increíbles con el mismo objetivo en común».