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“Discernimiento vocacional”, del P. Enrique Tapia, L.C., el libro más vendido de la editorial Monte Carmelo

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El P. Enrique Tapia es un sacerdote legionario de Cristo burgalés de 45 años que dirige el Pontificio Colegio internacional María Mater Ecclesiae de Roma. Su anterior ministerio fue el de rector del noviciado de los Legionarios de Cristo en España.
  • Se ha convertido en el libro más vendido durante el mes de noviembre de la editorial Monte Carmelo
  • “Muchas enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre la vocación y la formación sacerdotal ya las decía San Juan de Ávila en el siglo XVI”, explica el P. Enrique Tapia
  • Monseñor Patrón Wong afirma que “ofrece un valioso aporte a los formadores de seminaristas y de personas consagradas en vistas a poder realizar un buen discernimiento vocacional y los procesos de selección y formación de los candidatos”
  • Segunda parte de la entrevista al P. Enrique Tapia, L.C.

El P. Enrique acaba de publicar un libro titulado “Discernimiento vocacional, claves para el acompañamiento según san Juan de Ávila”, en la editorial Monte Carmelo, y en él recoge y divulga parte de su tesis doctoral que fue justamente sobre este tema.

 

San Juan de Ávila (Almodóvar del Campo, Ciudad Real 1499/1500-Montilla, Córdoba 1569), es patrono del clero español y fue declarado por Benedicto XVI Doctor de la Iglesia.

 

Con el P. Enrique hemos hablado de las claves prácticas que aporta su libro, de san Juan de Ávila, de la importancia del discernimiento vocacional y de la congregación de los Legionarios de Cristo.

 

Ofrecemos la primera parte de esta conversación, que continuará.

 

“Discernimiento vocacional. Claves para el acompañamiento según san Juan de Ávila” se ha convertido en el libro más vendido durante el mes de noviembre de la editorial Monte Carmelo y ha aparecido reseñado en diversas revistas especializadas, como Vida Nueva. En él se aborda uno de los temas centrales de la formación sacerdotal, por lo que, en palabras del monseñor Jorge Patrón Wong, Secretario para los seminarios de la Sagrada Congregación para el Clero, “este libro ofrece un valioso aporte a los formadores de seminaristas y de personas consagradas en vistas a poder realizar un buen discernimiento vocacional y los procesos de selección y formación de los candidatos”.

 

San Juan de Ávila, nos cuenta el P. Enrique, “es un personaje poco conocido, pero figuras como Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Juan de Dios y otros santos acudieron a él pidiendo consejo o reconociendo su autoridad en la vida espiritual”. De hecho “Menéndez Pelayo considera que fue el hombre más consultado de su época, y estamos hablando del Siglo de Oro español”, explica el P. Tapia. Fue una autoridad moral y espiritual al grado que el Papa Benedicto XVI lo nombró Doctor de la Iglesia.

 

 

¿Y qué es lo que nos aporta san Juan de Ávila? ¿Hay doctrina nueva?
No es que aporte doctrina nueva en nuestro tiempo (sí, en el siglo XVI), pero lo que sí hace es dar enfoques, claves para hacer bien esta labor de discernir una vocación. Por otro lado, muchas de las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre la vocación y sobre la formación sacerdotal, este hombre ya lo estaba diciendo en el siglo XVI. O sea, es un precursor. Hay cosas que parecen obvias, pero en su tiempo no lo eran. Él tenía un don especial de Dios para ver cosas claras: habla de temas como la libertad, la madurez humana, la vida de oración… temas importantes para el discernimiento vocacional.

 

Entonces, ¿qué aporta su enseñanza a nuestro tiempo sobre el tema del discernimiento vocacional?
Hay que ponerse en su época, en la primera mitad del siglo XVI, para entender la Iglesia de su tiempo y la grandeza, riqueza y el profetismo de su enseñanza por medio de la predicación, cartas, reflexiones, etc. Él no era un profesor, sino que su enseñanza se destila de su acción pastoral. Hoy tenemos claro que para ser sacerdote hay que ir a un seminario, pero en su época no era así. El Concilio de Trento decretó que los obispos deben erigir seminarios en sus diócesis; la influencia de san Juan de Ávila en esta decisión del Concilio es reconocida por los expertos. Este sería uno de sus principales aportes: la necesidad de seleccionar y formar bien los candidatos al sacerdocio, y de hacerlo en un colegio o seminario (cf. Anexo 1, con algunos textos de San Juan de Ávila).

 

¿Y en cuanto a la dimensión espiritual de los candidatos al sacerdocio o a la vida consagrada? ¿Qué dice este santo?
San Juan de Ávila tiene y defiende un elevado concepto de la vocación sacerdotal y consagrada. Él lo que afirma es que la vocación viene de Dios, es decir, no es en su iniciativa una elección humana; no es una forma de ganarse la vida… Esto es algo que Juan Pablo II también dijo en 1992 en Pastores dabo vobis.

 

Hay otros elementos de especial relevancia en san Juan de Ávila como la importancia que da a la oración. Él habló mucho y claro sobre esto, algo que recogen también Juan Pablo II y el Magisterio del siglo XX (anexo 2). Y, por supuesto, de la caridad pastoral (anexo 3).

 

 

Nos ha citado algunos aspectos de san Juan de Ávila muy necesarios también en la actualidad como la madurez o la selección de los candidatos…
Efectivamente, Ávila insiste en la importancia de la madurez humana. Y esto lo hace señalando la edad para ingresar en el seminario, o para ser sacerdote: él habla de tener al menos 30 años y, por otro lado, pide un largo período de prueba de los candidatos antes de asumir los compromisos definitivos, tanto en la ordenación como en los votos perpetuos. Esto es algo en lo que el Concilio Vaticano II y los Papas del siglo XX -sobre todo a partir de Pío XII- han insistido mucho.

 

Y como apuntas, también para él es fundamental la selección inicial de los candidatos a la vida religiosa o al sacerdocio. San Juan de Ávila aboga por seleccionar bien al inicio a quien entra al seminario para que la formación que allí se ofrece pueda dar buen fruto. Algo que vuelve a insistirse recientemente y de una forma especial en la Ratio de Formación del Clero del año 2016 (n. 60, n. 189).

 

Estas cosas que Usted cuenta parecen obvias, ¿pero de verdad no eran así hace cinco siglos?
Volvemos a lo que comentábamos antes. El Papa Benedicto XVI en 2012 le nombró a san Juan de Ávila Doctor de la Iglesia, y cuando la Iglesia nombra Doctor a alguien reconoce en esa persona varias cosas. La primera es su santidad, es decir, tiene que ser una persona canonizada, y después que su doctrina es de grado eminente, es decir, que destaca. De hecho son pocos: Doctores en la Iglesia católica solo hay 36 (incluyendo hombres y mujeres).

 

Volviendo al tema de la vocación, se suele hablar de la vocación como una llamada al sacerdocio y a la vida consagrada. Y los laicos parecen que son los “llamados a nada”. ¿Esto es así?
No, definitivamente no. Partimos del principio de que la vida es vocación, y que hay diversos niveles de vocación, de llamada de Dios a cumplir un plan particular.

 

En primer lugar podemos hablar de la vocación al ser, es decir: Dios nos crea y nos llama al ser desde el no-ser. Nos llama a existir como seres humanos. Esto es en un orden natural, pero es que también hay una vocación a ser hijos de Dios, es decir: Dios nos llama a participar de la vida divina, de su amor, a vivir una comunión con Él mismo. Es la vocación a la santidad, y esta es de orden sobrenatural.

 

Y finalmente, hay una vocación concreta y que se especifica de forma particular en cada uno. Y esta es la de sacerdote, consagrado, consagrada, matrimonial… Y en este sentido, todos, no solo los candidatos a la vida sacerdotal o consagrada, debemos hacer un discernimiento vocacional.

 

Placa que recuerda el lugar del sepulcro de san Juan de Avila, en Montilla

 

Anexos

A continuación ofrecemos algunos textos seleccionados por el P. Enrique Tapia, L.C., para conocer de primera mano el pensamiento del san Juan de Ávila.

 

Anexo 1

Textos sobre la necesidad de formar bien a los futuros sacerdotes y que no se ordenen los indignos

  • “¡Qué vergüenza tan grande es que, no consintiendo en la república un oficial que primero no haya aprendido su oficio, consintamos en la Iglesia un ministro que nunca jamás aprendió a serlo! […] Unos mozos que se crían para la Iglesia, no por haber sido llamados de Dios ni de sus prelados, sino que, cuando nacieron, los deputaron sus padres para la Iglesia, o, después de nacidos, a título de capellanías de su linaje; o, por tener que comer, ellos mismos escogieron el estado eclesiástico, estos tales, criados en perniciosa libertad, sin maestros, sin recogimiento virtuoso, con el fervor de la edad y en medio de las ocasiones del mundo, no conociendo otra ley sino su mal apetito, ¿cómo de estado tan malo podrán venir de repente a ser hábiles para el estado de la majestad sacerdotal, de cuya dignidad se admiran los ángeles y temblaran si lo ejercitaran? […] ¿Qué se puede esperar de tan malas raíces sino los amargos frutos que vemos y oímos, que hacen llorar a la santa Madre Iglesia y ser infamado el nombre cristiano acerca de la infidelidad?” (Memorial primero al Concilio de Trento, n. 10).
  • “Lo que hemos visto usado, por nuestros pecados, cerca de tomar estado eclesiástico, es tomarlo, como arriba dijimos, por vía de oficio y para tener qué comer sin trabajo, siendo llamados por el dinero y regalo y no por Dios. Y, entrando así, no por puerta, sino por bardal (cf. Jn 10,10), ¿qué han de hacer sino matar y echar a perder, como ladrones que son, pues, según la entrada, suele ser la vida, y aun la salida? ¿Quién duda si no que la sangre de las ánimas del pueblo cristiano es derramada por las malas obras y malas palabras y por la negligencia de los malos eclesiásticos? […] La causa de este mal es estar en la Iglesia hombres indignos y haber entrado por la puerta falsa. Ciérrese esta tan mala entrada, y cesarán sus malos efectos” (Memorial primero al Concilio de Trento, n. 16).
  • La solución estaba en que la vida eclesiástica se ordenara de tal manera “que no la puedan llevar sino los virtuosos o los que trabajan en serlo […] los que de verdad lo quieren ser”. Y “aquél solo que quiere tener a Dios pro parte, ut Hieronimus ait, éste sea admitido para clérigo”; “más vale elegir pocos y tales que no sea menester desechar ninguno, que abrir la puerta a recibir a quien sea cargoso a los otros, y sea menester echarlo o ordenarlo siendo indigno” (Memorial primero al Concilio de Trento, n. 6 y 18).
  • Quienes vayan a ser ministros de la Iglesia han de ser: “Personas virtuosas […] en los cuales se conozca probablemente que mora la gracia del Señor, y que es gente de vida inclinada a cosas de la Iglesia, que sabe pelear las guerras por la castidad y alcanzar en ellas victoria y que sepan por experiencia qué es oración o tengan disposición para la aprender y tener siendo enseñados” (Memorial segundo al Concilio de Trento, n. 91).
  • Hecha esta selección, es necesaria una formación exigente y rigurosa. Dice que si el Concilio de Trento quiere “que la Iglesia sea terribilis ut castrorum acies ordinata”, además de los colegios donde se forman candidatos para curas y confesores, debe proveer colegios para formar “muy doctos lectores y predicadores”, pues este oficio “pide mayor santidad”, “para sacar hombres que sean luz del mundo, y sal de la tierra, y gloria de Cristo” (Memorial primero al Concilio de Trento, n. 15).

 

Anexo 2

Sobre la vida de oración

  • Juan de Ávila sobre la oración del sacerdote: “de la doctrina de los santos y de la Escriptura divina parece que el sacerdote tiene por oficio, según hemos dicho, orar por el pueblo” (Plática segunda a sacerdotes, n. 10). Citando a San Gregorio Magno, afirma que quien no tenga en sí experiencia del don de oración, no debe ejercer la cura de almas (Plática tercera, n. 51). La misión del sacerdote exige el “don de oración y muy grande” (Tratado sobre el sacerdocio, n. 11).
  • Juan Pablo II.
    • “Un aspecto, ciertamente no secundario, de la misión del sacerdote es el de ser maestro de oración. Pero el sacerdote solamente podrá formar a los demás en la escuela de Jesús orante, si él mismo se ha formado y continúa formándose en la misma escuela […]. Los cristianos esperan encontrar en el sacerdote no sólo un hombre que los acoja, que los escuche con gusto y les muestre una sincera amistad, sino también y sobre todo un hombre que les ayude a mirar a Dios, a subir hacia Él” (PDV 47).
    • refiriéndose a las personas consagradas, “han de poseer una profunda experiencia de Dios” (VC 73).

 

Anexo 3

Sobre la caridad pastoral

El Concilio Vaticano II habla de la caridad pastoral como de la perfección sacerdotal (PO 14). El jesuita Manuel Ruiz Jurado se pregunta en el año 2013 si hoy en día muchos formadores tienen suficientemente en cuenta este aspecto a la hora de hacer un buen discernimiento vocacional en los que están bajo su cuidado. Juan de Ávila sí tenía esto muy claro. Dos textos:

  • “Si no hay bondad, ¿qué aprovecha la ciencia, ni buen ejercicio, ni profecía, ni aun hacer milagros?; pues, aunque todo lo tenga, si la caridad, que a un hombre hace bueno, le falta, osadamente pronuncia San Pablo: Nihil sumus (cf. 1Cor 13,2)” (Plática segunda a sacerdotes, n. 3).
  • el sacerdote ha de ser “verdadero padre y verdadera madre” (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39) de las personas que tiene a su cargo. Palabras que nos hacen recordar las del Papa Francisco cuando, dirigiéndose a personas consagradas, les ha instado a no ser solteronas ni solterones, sino verdaderas madres y padres espirituales.

 

Anexo 4

Sobre la libertad

  • Ávila critica la costumbre de que algunos padres, incapaces de pagar la dote exigida para dar sus hijas en matrimonio, las metan a monjas “aunque no lo quisieren ser”, “contra la voluntad de ellas”. Esto –afirma- es una “gran tiranía” (Memorial segundo al Concilio de Trento, n. 90 y 95)
  • Para Ávila, serán sacerdotes “los que de verdad lo quieren ser”. Y “aquél solo que quiere tener a Dios pro parte, ut Hieronimus ait, éste sea admitido para clérigo” (Memorial primero al Concilio de Trento, n. 6).

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