Misiones de Semana Santa | Cecilia Uriol, de Valencia: “Dios, a través de tus pies, de tus manos y tu voz, toca los corazones de muchos y los transforma”

LomásRC
“Da igual el cansancio, las pocas horas de sueño o las puertas cerradas, porque sabes que lo que estás haciendo va más allá de ti”. Con esta certeza, Cecilia Uriol ha participado en varias misiones organizadas por Juventud Misionera durante la Semana Santa. Su experiencia refleja la alegría de saberse instrumento, el gozo del encuentro con Cristo y el deseo profundo de compartirlo con otros, especialmente en los lugares más sencillos.
¿Qué es lo que más te sorprende de ti misma cuando estás en misión, y cómo vives las dificultades que conlleva esta experiencia?
Misiones es un momento muy especial, un tanto extraño también, en verdad. Te descubres siendo muy feliz en condiciones que aparentemente no lo son: dormir en el suelo en un polideportivo, turnando duchas, caminando todo el día. Todo esto acompañado de alguna mala mirada de por medio y puertas cerradas en la cara. ¿Quién diría que es mejor plan de Semana Santa que hacer un viaje o salir con amigos? Pero lo es, y es infinitamente mejor, porque vivir la Semana Santa de misiones no se puede comparar a otra cosa. Da igual el cansancio, las pocas horas de sueño o las puertas cerradas, porque sabes que lo que estás haciendo va más allá de ti. Es un momento donde tú dejas de ser el foco de atención para ponerlo en el otro, para que conozca más a Jesús. Y es en ese entregarse y donarse que te enamoras más de Cristo, que lo conoces más y te acercas más a Él.
Más allá de lo que hay que llevar en la mochila, ¿qué debe llevar en el corazón quien se lanza por primera vez a una misión?
En misiones es fácil caer en la soberbia y pensar que los misioneros somos importantes, y sorprenderse con pensamientos como: “Mira todo lo que estamos haciendo y no nos hacen caso”, “Aquel me ha mirado mal, qué desagradecido”, o “Son los oficios y solo estamos los misioneros”. Es muy importante saberse instrumento. Es verdad que si dices sí y participas en estas misiones puedes llegar a tocar muchos corazones, pero no eres tú quien los toca: es Dios, que a través de tus pies, de tus manos y tu voz, toca los corazones y los transforma.
El misionero también es frágil, y está bien reconocer que somos limitados. Nos podemos equivocar: puede que aquel canto suene desafinado o que la actividad preparada acabe siendo un desastre. No pasa nada, somos humanos. No vamos a los pueblos a hablar desde una posición superior, sino como una voz amiga que habla de un encuentro que ha tenido y que le ha transformado, algo que le emociona.
También es algo que físicamente es exigente, y el cansancio a veces puede dificultar nuestras misiones. Se puede caer también en el desánimo. Yo os invito a que, cuando os sintáis cansados o desanimados, recéis juntos, ya sea en el visiteo o antes de preparar una actividad. Puede ayudar repetir alguna jaculatoria sencilla como: “Jesús, ayúdame”, “María Santísima, acompáñame”.
¿Qué le dirías a alguien que se siente inseguro o cree que no tiene lo necesario para ir de misiones?
Ir de misiones también implica ponerse en juego, y eso puede asustar. Las dudas pueden adentrarse en el corazón: ¿Lo estaré haciendo bien? ¿La gente conectará conmigo? Puede también ocurrir que comience la comparación —yo misma la he vivido—, se te agolpan pensamientos como: “Esta persona lo hace mejor que yo”, o “Los niños están jugando más con tal otra”, “¿Seré lo suficientemente buena para ser misionera?” Es muy importante saber que cada uno tiene algo que aportar, y tener la certeza de que nadie puede mostrar el amor de Dios a los demás de la manera que tú lo haces. Atrévete a mostrar cómo eres y a hablar desde el corazón, y si necesitas ayuda, apóyate en el Espíritu Santo. Pídele que ponga las palabras adecuadas en tu boca y que te guíe en el hacer y en el amar.
¿Qué gesto o detalle durante las misiones te hizo sentir que realmente estabas siendo instrumento de Dios y has vivido la alegría de la fe?
Recuerdo con mucho cariño la Vigilia Pascual del año pasado. Recuerdo que vino un chico de nuestra edad, con el que habíamos hablado antes, y me conmovió. Vinieron después un grupo de niñas de unos 11 años que eran del pueblo. Yo estaba en la parte de atrás, no había sitio en los bancos, entonces una señora de ese pueblo me dijo que fuera adelante con las niñas y nos sentamos en la alfombra. Ellas, que no venían de familias católicas, empezaron a cantar los salmos y estaban interesadas en lo que pasaba. Gracias a que nos habíamos dejado ser instrumento, estas niñas y este joven estaban viviendo un momento de encuentro —o por lo menos de acercamiento— con Dios.
Tras la Vigilia, todos comenzamos a cantar y saltar, y en ese momento me sentí tremendamente feliz, unida a toda la gente que estaba ahí celebrando la Resurrección. Porque, al final, la Semana Santa es lo que hace que nuestra fe tenga sentido, y vivida con la intensidad con la que lo hacemos en misiones, nos ayuda un montón.
¿Qué le dirías a alguien que está a punto de decir “no” a las misiones sin haberlo probado?
Solo os puedo decir que, si estás dudando en venir a misiones este año, atrévete a ponerte en juego y venir. Di sí a ser instrumento, di sí a reír y cantar, a anécdotas inesperadas, di sí a vivir la Semana Santa con intensidad.
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