Ocho años de adoración perpetua en Barcelona | Marola: “Ahora Él es mi brújula, y esa cita semanal en la capilla es el centro de mi vida”

LomásRC
La Capilla de Adoración Perpetua, ubicada en el Real Monasterio de Santa Isabel, cumple ocho años de adoración ininterrumpida gracias a la entrega de cientos de adoradores. Eduardo Ticó, su director, nos explica que esto ha sido gracias a que participan 317 adoradores titulares y 382 suplentes: “Siempre hemos conseguido cubrir los turnos gracias a la oración. El Señor llega donde nosotros no podemos”. Hemos hablado con algunos de sus protagonistas.
¿Tenéis un perfil o datos de los adoradores?
Edu Ticó: No contamos con datos estadísticos detallados, pero hay un auge de adoradores jóvenes gracias a distintas actividades y grupos de Regnum Christi en Barcelona, como encuentros de jóvenes y Effetá. Y la proporción entre hombres y mujeres es bastante equilibrada.
La procedencia de los adoradores también es muy variada, y en la capilla hay representadas todas las realidades de nuestro entorno: sacerdotes legionarios de Cristo y de otras congregaciones, consagradas, familias y grupos de amigos que comparten turno… También el personal docente y otras personas vinculadas con Regnum Christi cubren una parte importante de las horas.
Dedicar tiempo a la adoración ante el Santísimo transforma el corazón. ¿Cómo ha cambiado vuestra relación con Dios y con los demás desde que empezasteis a adorar con regularidad?
Marola de Córdoba: Yo empecé a adorar sin saber lo que era hace más de ocho años. Al principio llevaba lectura espiritual, pero con el tiempo aprendí a estar en silencio con Él. Llegué con muchas heridas, creyendo que mis problemas eran causados por mi entorno. Durante años le pedí que cambiara “lo de afuera”, hasta que comprendí que quien debía cambiar era yo.
Y Él me cambió, sin hacer nada más que estar a sus pies. Me liberó del miedo, aprendí a aceptar y a confiar. Dejé de exigir y empecé a amar, y eso transformó a los que me rodeaban. Ahora Él es mi brújula, y esa cita semanal en la capilla es el centro de mi vida.
Carmen Vall: Fue en la adoración donde me descubrí hija amada por Dios, en el silencio y en su mirada. Al principio, ocupaba el tiempo con pensamientos cotidianos, pero poco a poco aprendí a dejarme mirar y querer. Pude decirle cuánto le amaba y cuánto necesitaba que reinara en mi vida. Allí me reconocí pecadora y perdonada, amada como hija única. Porque Dios tiene millones de hijos únicos, y cada uno es especial para Él.
La adoración perpetua en el Monasterio de Santa Isabel requiere el compromiso constante de cientos de personas. ¿Cómo has vivido este compromiso que también es misionero?
Marola: He vivido este compromiso de distintas maneras. En mi entorno familiar y de amistades, todos saben que soy adoradora y han visto mi transformación. Siempre presento sus necesidades ante Jesús Sacramentado, y cuando alguien atraviesa un momento difícil, le envío por WhatsApp una foto del Santísimo y la oración que elevo por ellos. Incluso, quienes no creen lo reciben con gratitud. Estoy convencida de que Jesús también usa las redes para tocar corazones.
Además, como servidora de Emaús, cada año pido dar una charla sobre la Adoración, explicando que Jesús nos espera y nos necesita. Hacerle feliz a Él nos devuelve la felicidad multiplicada.
Carmen: La verdad que no he vivido los turnos como un compromiso misionero, sino como un compromiso personal, que pone a Dios por encima de todo. Donde no quiere olvidarse que lo más importante está en esa capilla.
¿Qué te dice pertenecer a una comunidad como esta?
Marola: Ver la capilla de adoración perpetua siempre con un adorador, sin importar la hora, el día o la situación, me llena de admiración y gratitud. La devoción, entrega y compromiso de cada adorador, su paz y recogimiento, la veneración con la que se acercan al Señor y su disposición para suplir turnos difíciles me hacen testigo de milagros diarios. Milagros que Dios obra a través de personas llenas de fe y amor a Jesús. Para mí, es un motivo de esperanza: esperanza en que un día el Reino de Dios se extenderá en este mundo tan necesitado de su presencia. Que así sea.
Carmen: Me sorprende y conmueve cada vez que alguien entra a hacerle compañía a Jesús. Siempre rezo por esa persona y le agradezco su esfuerzo, porque, como en una familia, todos cuidamos lo que más amamos y nos ayudamos mutuamente. Donde uno no llega, siempre hay otro dispuesto a suplir, y eso es algo hermoso de ver.
La adoración eucarística ha sido fuente de muchas vocaciones en la Iglesia. Desde tu experiencia, ¿cómo crees que la adoración perpetua puede ayudar a los jóvenes a descubrir su llamada y responder con generosidad?
Carmen: Dios, como decía el Papa Benedicto XVI, nos habla en el silencio, y para escucharlo necesitamos vaciarnos de nosotros mismos. Él nos habla en susurros. En un mundo lleno de ruido y movimiento, la capilla es el lugar perfecto para dejar caer nuestras máscaras y presentar nuestra fragilidad al Padre, dejándole hacer, permitiendo que nos moldee. Es también un espacio donde los jóvenes pueden soltar sus ataduras y descubrirse bajo la mirada amorosa de Dios.
La familia es llamada a ser una ‘iglesia doméstica’. ¿Qué papel crees que puede tener la adoración en la vida matrimonial y familiar, y cómo puede fortalecer la unión entre los esposos y la educación en la fe de los hijos?
Carmen: Rezar juntos como matrimonio ante Aquel que nos pensó “una sola carne” es clave. Es revivir las gracias del sacramento del matrimonio, reconocer nuestra fragilidad y ponerla a los pies del Padre. La oración en pareja fortalece la unión y nos permite ver al otro con el amor con el que Dios lo mira. En casa nos encanta rezar juntos y compartirlo con nuestros hijos. Hace poco, uno de mis hijos mayores me dijo: “Mamá, yo quiero un matrimonio como el vuestro, sois felices porque Dios está en medio”. Esa es la mejor educación: con Dios, lo podemos todo.
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