Humanamente no es posible entenderlo: dormíamos en el suelo, las duchas estaban congeladas… todo era más bien incómodo. Y, sin embargo, ¡menudo regalo! La sencillez compartida con el resto de jóvenes, comer con las familias que nos abrieron sus casas, dar lo mejor de cada uno en las condiciones que sean, nos llenaba a todos, sacando lo mejor de nosotros mismos.
Visitando las casas de puerta en puerta, pudimos reflexionar sobre lo real y concreto que es Cristo. Todo lo que dice lo cumple. La Palabra de Dios no es poesía: “Mira que estoy a la puerta y llamo”, dice el libro del Apocalipsis. Él estaba llamando a estas personas a través de nosotros, instrumentos, “siervos inútiles”. Que abrieran la puerta, que no la abrieran, que se sorprendieran de ver a jóvenes enamorados de Dios… todo eso no dependía de nosotros. Dejemos que Jesús toque sus corazones a su manera.
Lo importante para disfrutar de unas misiones como estas es ir con el corazón dispuesto a darlo todo. El cansancio va en aumento cada día por la falta de horas de sueño. Pero la donación sana corazones y repara las fuerzas. Es real que salir de uno mismo te hace ser más feliz. Me dediqué a estar al servicio de otros y recibí mucho más amor del que pude dar. ¡Sin duda repetiré el año que viene!